miércoles, 9 de diciembre de 2009

un último cigarro

Era patético. Tan patético se veía ese hombre sentado entre tan grandes monos de plástico y de aire que él mismo se dio cuenta de su penosa realidad. Sin embargo no le dio la menor importancia y siguió fumando escondido de los ojos furtivos de sus hijos. No debería fumar. No a su edad, no con su enfermedad.

Ya estaba muy viejo y estaba muy cansado como para escuchar las palabras necias de sus familiares.  Por eso se escondía. Prefería sentarse entre aquellos gigantes que tenían esas eternas sonrisas, prefería su silencio y su felicidad fácil.

Su vida no fue fácil y quería que su último día lo fuera. Ya era tiempo, él lo sabía, sin miedo y sin rencor se entrego a la última despedida, a su última tarde, su último suspiro;  Quiso pasarlo en aquel lugar, sin tanta lagrima y palabras vacías; el silencio fue su acompañante en duras batallas, lo quería junto a él en su última victoria.

Silencio. Y una sola idea en su cabeza. Al fin estaría con los suyos. Después de 40 años regresaría al regazo de su madre para llorar todo lo que no lloró en esos 40 años. Sonrió. Un cigarrillo más.

Lo buscaba. Pero su escondite fue tan bueno que pasaron en dos ocasiones atrás de él y no pudieron verle, sólo la barriga blanca de un oso polar se veía desde la azotea. Nuestro héroe se encontraba adelante de esa barriga.

Un suspiro y una bocanada. Y lo eterno se volvió nada cuando sintió un pequeño espasmo en el estómago. Su mirada se nublo. Una lagrima recorrió su mejilla y no queriendo irse terminó en los labios resecos de aquel hombre. Pensó en su mujer en aquél instante de dolor, pensó en ella y el dolor se fue. ¡Maldita vieja! susurro.

Ya no podía ni intentaba levantarse. Inclinado hacia un lado, recargado en un estúpido mono quiso gritar su nombre de pila, no hubo voz. Desistió.

Miró hacia el cielo, balbuceo “nada me debes, todo te di”, inmediato apretó los ojos queriendo encerrar sus últimas lagrimas, tomo la cajetilla de cigarros con dolorosa lentitud y torpemente encendió el último cigarrillo.

Se fumó el cigarro, se esfumó su vida.

Así terminó aquel hombre su vida, entre olvidos y esos monos de plástico y aire. Murió y nadie se dio cuenta, vivió y nadie se dio cuenta. La vida se le fue aquella tarde y los testigos mudos de aquella muerte sonrientes pasaron su eterna vida.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Espejo

Todos afuera le esperaban, era su turno de tirar en el juego y su estancia en el baño se hacía larga ante los impacientes jugadores ya tocados por dejos de alcohol. De pie, de frente al escusado se encontraba orinando, viendo, leyendo, pero veía sin poca atención,leía sin leer,  no tenía conciencia en ese momento de su vida, de sus motivos, deseos o circunstancias que lo habían llevado a tal punto. Él no estaba en ese baño, no orinaba, no veía, no leía.

Tomó del deposito del retrete un libro, “espejos” se llamaba, leyó la parte de atrás, atravesaron ideas su cabeza y con un suspiro desecho tales “irreverencias llenas de recursos literarios”. Siguió así, no estando en aquel lugar, sintiendo los efectos del Whisky, el mal sabor del cigarro, sintiendo sin sentir.

Volvió la cara hacia su costado con mucho desgano, sin la conciencia de hacerlo por algo, el por qué de las cosas le preocupaba menos que nada desde hacía días, miró y abrió los ojos. Su alma lo poseyó brutal  y el parto fue desgarrador, sus ojos dilatados lo vieron como nadie más lo había visto, como él nunca se había visto, como nunca nadie le vería jamás.

Detenidamente observó su rostro, y no se reconoció en esa imagen proyectada por el espejo, ese no era él, era, cómo decía extrañamente el libro encima del deposito del retrete "un olvidado, un condenado, un sin voz” pero no era él. Sus rasgos eran ya cansados, como de gente grande y muy amarga, sus ojos enormes no decían nada, su boca apretada negaba palabra alguna. “Ese no soy yo” se repetía.

Repasó su rostro y su vida, recordó todos los momentos que lo hicieron, aunque negaba la imagen, ser esa imagen, cada surco, cada arruga, cada cicatriz… el cansancio de su vida, de sus ojos. Se perdió en esos ojos.

Un grito externo lo despertó de su trance, dióse cuenta entonces que llevaba mucho tiempo ya en el baño, se preparó para salir no sin antes hablarle a aquella imagen extraña.

“Nunca más te veré a los ojos, nunca tus ojos volverán a recordarme lo que me has recordado. Nunca más tu rostro me enfrentará a esto que no quiero entender, que no soporto entender. Nunca más volverás a aparecer ante mi porque aquí te entierro, en este espejo quedarás por siempre y serás el condenado, el olvidado, el sin voz”

Terminando de decir estas palabras se vio por última vez en aquel espejo. Fue su despedida. Se disfrazó una sonrisa; se compró una cara nueva pagando con miles de recuerdos; se inventó una vida a partir de aquella fas , borro de su vida todo recuerdo de ese rostro terrible. Nunca más quería verlo.

Ya era él tal como se gustaba, sin esas engorrosas voces que debieran quedarse para siempre en el olvido, silenciadas, condenadas.

Regresó a la mesa, al juego de la vida, con el aire propio de los recién nacidos, refrescado, nuevo, brillante aunque sabiendo que de ninguna forma, bajo ninguna circunstancia ganaría, pues ese hombre en la mesa no existía, no vivía, era la cascará de aquél que se vio minutos atrás en el espejo. Él, el enunciador del discurso, el flamante orador, se encontraba atrapado en aquel espejo en el cual nunca se volvería a reflejar. Allá se quedaría él con los…

…los olvidados, los condenados, los sin voz…

viernes, 13 de noviembre de 2009

aquella tarde… aquella vida

Nada cambiaría en la ciudad aquel día de otoño. Las mismas calles, las mismas personas haciendo sus mismas actividades, casi pensando lo mismo que otros días, ese día  podría haber sido ayer o mañana, pero extrañamente ese día era hoy.

Sus pasos se escuchaban sórdidamente en las escaleras de cualquier edificio de la facultad. Ya era tarde, muy tarde y quería evitar los tumultos de la plaza principal, los insoportables altavoces de los “activistas” pidiendo apoyo contra el Presidente, los medios, o pidiendo recursos para los damnificados de cualquier terremoto en cualquier país, [pobre seguramente], quería evitar las platicas absurdas de los “comunicadores” o los “viajes” teóricos de los sociólogos, ahora no tenía tiempo para nada, ni para hartarse de su cotidianeidad.

Corría, su falda larga la seguía apenas y sus botas estilizaban sus pasos, su rostro cubierto con las gafas oscuras y esa blusa vaporosa enfundada con aquella chaqueta de otros tiempos le daba un aire novelesco a sus prisas, ella corría y el estilo iba con ella. Su porte era de mujer pensante, sabía lo que quería, sospechaba lo que sería aunque no sabía todavía lo que era. Las ideas de aquella mujer no la definían en esa tarde. Ella corría.

Llegó a su auto. Se le cayeron las llaves y su torpeza la exaspero demasiado, a lo lejos estudiantes menos preocupados jugaban un partido anárquico de soccer, otros fumaban su tiempo ideando revoluciones y derrocando dictadores. Ella no podía hacer eso ahora. Ya sentada en su auto, se veía en el espejo y no sabía qué hacer. Esos hermosos ojos negros ya liberados de las gafas oscuras la veían fijamente, su fleco que enmarcaba su frente le pareció extraño, pensó en hacerle “algo” la próxima semana, después, se volvió a ver y sus ojos comenzaron a llenarse de lagrimas. Esos ojos negros lloraban.

Salió del estacionamiento sin prisa, ya seco su rostro y de nuevo aquellas gafas oscuras, su mente se enfoco en sólo una idea. Pasó los límites de la Universidad, siguió su camino, pasó por Miguel Ángel, dio vuelta en Carrillo Puerto y ya estaba en el centro de ese pequeño universo, su universo. Dio dos vueltas hasta que encontró un lugar que cumpliera con un sólo requisito, a saber, que no hubiera de esos hombres que lucran con el espacio público, los llamados “viene viene”.

La tarde ya era fría. Preparo su bolsa. Eliminó cuadernos, libros, y agrego encendedor y cigarros. Al igual preparó su cabeza, resto opiniones de clase, prejuicios, infamias y sólo se quedo con el corazón abierto. Salió del auto.

Sus piernas le temblaban. Hacía mucho que no tenía tanto miedo, caminaba, una mascada le cubría la cabeza, las gafas sus ojos y la razón su dolor ya insoportable. Caminó dos cuadras y llegó frente a la Iglesia de San Juan Bautista, hiso una reverencia con la cabeza y no supo por qué, no lo supo en ese momento pero años después en una pequeña iglesia a la orilla de la carretera descubriría la razón. Intentó cruzar la calle, el paso de los autos le pareció una maldición del destino… Cruzó y no presto atención a los insultos del detenido automovilista. Su razón era la única aquella tarde.

Sus pasos se acercaron a su destino, al lugar al cual iba. Corría ya, ella corría como si la vida se le escapara. Paró en seco. Ya estaba a centímetros y su corazón paralizó, su respiración se fue de paseo junto con el calor de su cuerpo, y ella, creyendo ya verlo tuvo que pedir ayuda, abrió su bolsa, cogió un cigarro, lo encendió, tres fumadas y avanzó lo que quedaba. Así debía ser.

Ahí estaba él. Sentado dándole la espalda, con cigarrillo en mano, bufanda en el cuello, mocasines, y un libro en la mesa, se veía como siempre, como ella siempre lo recordaba… sabía que él había escogido bien el lugar, que su posición no era fortuita, que le encantaba dramatizar en todo y que su vida en los últimos años había sido una novela contada por él mismo. Se acerco. Lo vio cansado, pero sonriente, con ese aire que sólo tiene la gente que sabe demasiado. Bebía café, y estaba muy delgado, él se puso de pie para recibirla, se abrazaron, los dos se dolieron  en ese momento como nunca antes y nunca después, un frío les recorrió el cuerpo. Tomaron asiento.

Se sonrieron y ella no paraba de llorar. Esa era la despedida.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Silencio Eterno…

Se encontraba sentado en la barra de aquel bar. Emmanuel no atendía al ruido que lo rodeaba, absorto pensaba en la noche de hace tres días. Pensaba en eso y en lo qué era hoy, en esa tarde, en ese bar, en lo que era ser él.

Tres días atrás, como cada miércoles, él salió con sus compañeros de oficina, platicaron de nada y bebieron de todo. Hace tres días, como cada miércoles, él termino ebrio caminando hasta su departamento. Nadie le acompañaba y él no acompañaba a nadie. Su soledad no era fortuita, su decisión fue esa.

Pero ese día hace tres días algo ocurrió que no había pasado en los últimos dos años. Las cosas cambiaron y Emmanuel no estaba listo para aceptar dichos cambios. Su miedo fue recalcitrante, enmudeció como nunca lo había hecho, su rostro palideció, sus ojos se hicieron viejos y su boca se estiro hasta alcanzar el cielo. Su madre moribunda le decía “perdóname por no haber estado…”

Apagó el teléfono. Sus pies lo condujeron hacia las calles de su niñez, sus puertas viejas y arboles secos le recordaron una vida que ya no era la suya. Por un segundo suspiro por aquellos años. Se perdió pero regresó. Llego al viejo portón, la vieja casa. Lo recibieron rostros acongojados y él se abrió paso entre retazos de hombres y llantos innobles, manos extendidas le pedían piedades, misericordia exclamaban los ojos de las mujeres ancianas. Llegó con su madre.

“madre nada tienes que pedir, nada te vas a llevar” Así le dijo Emmanuel con aire lacónico y la mujer postrada con rostro inmutable abrió la boca… “Nada pido para mi, si estoy aquí postrada no es por tu gracia sino por la mía, así que calla y escucha que mi muerte está cercana y la tuya no está muy lejos”

La mujer le habló. Nunca ella había hablado tanto, nunca él había escuchado tanto, la vida les había enseñado a callar y a no escuchar, ahora aprendían. El veía hacia la calle mientras su madre escupía sus últimas frases, recordaba como era su madre antes de estar así, postrada y muerta como ahora, pensó en qué le agradaba más la mujer de ahora que la siempre altiva mujer de antaño. Sonrió. Veía hacia afuera, olvidó por completo que estaba borracho hacía tan poco tiempo.

Se sirvió vodka con hielos. Su madre lo veía. Ya no hablaba y pareciera que se preparaba para morir. Los dos guardaron silencio como que su silencio fuera el último argumento entre ambos. En ese silencio que sería eterno Enriqueta vertió todos sus perdones y todos su reproches, el silencio fue desgarrador, las cortinas, los muebles, las ventanas se retorcieron ante ese silencio insoportable, madre e hijo callaron.

Sólo los ojos de Emmanuel tirando cristales  se veían en toda la habitación. Al fin lloraba a su madre. Fue hacia ella, le acomodo el cabello y cogió uno de sus cigarros, pensaba en que a pesar de lo desagradable que le parecía la muerte, la de su madre, sería la mejor muerte que vería en toda su vida. Salió sonriente.

Tres días atrás, como cada miércoles, él salió con sus compañeros de la oficina, tres días atrás, como cada miércoles, él caminó ebrio por la calle hasta su departamento, tres días atrás algo cambió. Tres días atrás su madre murió.

miércoles, 28 de octubre de 2009

dos…

Se verían en el café de siempre. Antonia acomodó todo su día tomando como base tal cita, cancelo dos entrevistas, un desayuno y postergo la ida al cine con su prometido. Se verían a las 6 de la tarde.

Diez años después de aquel encuentro Bruno observaba con asombro, detenido en la acera que ese lugar ya no existía, el café que años atrás trastocó su vida era ahora una pequeña tintorería atendida por una insignificante mujer con rostro molesto.

Eran las seis en punto. Bruno jugaba con el café, Antonia llegaba de detrás de él, le vio como lo recordaba desde aquellos años de universidad, por un momento creyó ser aquella chica. Lo saludo y a los dos se les iluminó el rostro.

La platica continuo por horas. Eran las diez de la noche y ninguno pensaba en irse. Los celulares comenzaron a sonar. Los compromisos del mundo contraídos por cada uno los requerían sin retraso. Cada uno se fue por su lado prometiendo repetir la semana siguiente. Un abrazo, un beso y la sensación de que nada había cambiado desde la universidad fue la despedida.

Bruno, estático en la acera, recordó los últimos diez años de su vida y el miedo ensombreció su rostro. Ya con cuarenta años encima, una esposa y un hijo, un grupo de amigos y una relación con su familia lejana bastante cómoda él sentía que nada le faltaba. Claro, hasta que pasó enfrente de aquella cafetería trocada en lavandería.

Ya en su recamara, Antonia repasaba cada palabra, cada expresión de Bruno. No podía creer que aquél hombre, del cual quiso ser novia por escasas horas, era ahora todo menos aquél del cual se enamoró. Parecía que nada había cambiado en él, esa fue su primera impresión, pero ahora ya meditando las cosas, ese hombre era un extraño. Un extraño que adoraría conocer.

No conciliaba el sueño. Se levantó de la cama y fue directo a la computadora, tenía que decirle a su amigo, a su “enamorado” que él había cambiado y que no era para bien… Los dos lo supieron muy en el fondo, los dos quería decirlo en esas horas del café pero ninguno quiso notar que lo que los amarraba a la mesa era ese deseo insostenible, insoportable de decir que “el otro” se estaba muriendo.

Le escribió. La luz de la computadora iluminó por un par de horas la cálida recamara, un té de tila y un cigarrillo acompañaron a Antonia en su confesión. Sabía que no es sencillo escuchar de una persona que no has visto en siete años verdades de esa naturaleza. Confió en la madures que solo el tiempo te puede dar. Confió en que Bruno entendería que su camino tal como lo había trazado conduciría a su muerte.

Ese algo que en la Universidad lo tuvo siempre y que aprendió a dejarlo de lado y qué tiempo después se lo recordaron por un correo electrónico. El miedo seguía en su rostro. La angustia de aquellas palabras, la veracidad de esas líneas que de golpe le tiraron sus defensas. Enojado contestó esa irreverencia. No mintió. Bien sabía que aquella mujer moría también. Su compromiso, sus planes, esa falacia a la cual ella llamaba vida. Fue despiadado.

sábado, 24 de octubre de 2009

Él…

Estaba sentado en su terraza. Armando buscaba en internet con aire desesperado y taciturno información sobre su enfermedad. Sabía que iba morir pero en su afán controlador quería saber las señales que le indicarían que la muerte estaba cercana.

Desde niño quiso ver señales en todo, quiso adelantarse a todo. Las piedras al aire lo ayudaban a encontrar cosas perdidas, las plantas le decían de lo que pasaría mañana, el agua le susurraba su vida. Ni piedras ni agua supieron contarle que a los 22 años su muerte comenzaría, las plantas habían enmudecido.

Pero tampoco él supo que empezaría a morir en aquellas edades, no sabía, ni sospechaba que Rey le mataría sin saberlo. Su vida, la de Armando, fue una vida sin conocimiento. Se entregó a Rey y con él entrego su vida. No vio las señales cuando debió verlas, no recordó en ese preciso momento que años atrás, Carlo le había profetizado que no viviría mucho, que se iría joven.

Por eso ahora los años se le fueron encima, todos los recuerdos que aún quedaban lo atormentaban, ya no buscaba consuelo y ni hablaba con las piedras para encontrar su vida perdida, ni con el agua que ya no le podría hablar del mañana, tampoco las plantas susurraban, el silencio se hizo eterno en su vida.

Por eso digo que la vida, su vida, fue una sin conocimiento. No conoció de la desconfianza, no conoció del miedo al desconocido, tampoco del cuidado y la seguridad. Su vida no conoció de medidas y se fue sin medida. Dio su vida sin medida.

Él seguía en la terraza llena de plantas, buscaba y buscaba los indicios de su muerte. La tarde comenzó a enfriar, el ambiente enrarecido se lleno de fantasmas y de recuerdos, él no pudo más. Cansado estaba de esperar, había esperado toda su vida y ya no tenía vida. Un aire cálido le rodeaba.

Cerró la lap. Comenzó a escuchar a las plantas y aventó una piedra al aire, tomó su libro favorito y saltó desde su terraza,  el mar abrió los brazos, y le dio bienvenida al que hablaba con las plantas.

Ella…

Ella caminaba por la calle iluminada en la noche, era ya tarde en la ciudad de México y parecía que el cielo se caía de lo negro que estaba. Era una negra noche. Y ella caminaba.

Sin rumbo se veía para los pocos despiertos. Pero ella sabía que tenía que llegar la hora precisa, sabía que de no hacerlo moriría a destiempo, fuera de lugar. No podía llegar tarde a su última cita se recitaba cada segundo. Era su mantra, no llegar tarde a esa cita.

En Puebla tenía que morir, así se lo habían dicho tres años antes, en una tarde calurosa en un pueblo en Oaxaca, ella moriría en Puebla bajo un letrero luminoso que gritaba “HOTEL” a las 4 de la mañana.

Sería la madrugada del sábado 24 de octubre del 2009; así lo recordaba, eso recordaba y la cara anciana de una mujer negra. No podía estar en otro lado. Aunque estaba en otro lado. Eso la angustiaba.

Seguía caminando. Pensaba que ya todo estaba perdido.

Dieron las 4 de la mañana. Su reloj adelantado 15 minutos le dio falsas noticias, pensó que ya era demasiado tarde y que el universo se había equivocado. Ella se había equivocado.

Una fuerte ventisca que venía de los volcanes, un crujido, un grito y todo quedo en calma. Sirenas a lo lejos, y una pequeña llovizna que coronaba la madrugada.

Ella murió aplastada por un letrero en la esquina de Puebla y Sonora. Su mano derecha extendida tocaba la acera del lado de Puebla, su reloj marcaba 4:15.

martes, 4 de agosto de 2009

Sábado 4 de junio/2014

—Invéntame un café.

Así me dijo ella con su cara estúpidamente tranquila; no pude ocultar mi desagrado y frustración al escuchar tal frase. Su cinismo era enorme ¿como se atrevía esa mujer a dirigirme la palabra? ¿Por qué me hablaba?¿Qué le había hecho yo?  No dije nada, callado y con el insulto atrapado en mis dientes puse fin a ese intento de conversación.

Deje el jardín donde me encontraba escribiendo, tomé mi lap y con las piernas temblando empecé a caminar.

Caminaba hacia mi departamento, todo era silencio y más silencio, nadie había más que yo, sólo yo y mis palabras atrapadas en mi boca; deseche lo sucedido cuadras atrás y comencé a escuchar los ruidos de la calle, transito, propaganda, gente, todos ruidosos, todos pidiendo, exigiendo mi atención. Llegue a la puerta principal del edificio donde habito, ésta es roja y de madera, realmente muy vieja y ya casi naranja pero era lo más constante de todos mis días. La puerta roja que siempre me recibía, tranquila, silenciosa.

Bebí te pues me negué a tomar café, hasta en eso tenía que negar a aquella lánguida figura que minutos antes me había insultado. Te de tila para los nervios, tres tazas y me dispuse a leer un libro de Montaigne, diez minutos después estaba enfrente de la computadora. Busqué viejos documentos, viejas entradas de blog que me recordaran lo que horas antes no quería recordar.

Terminé rendido ante mis recuerdos; llorando me quede dormido en el sofá del estudio, abrazando una almohada con el corazón ennegrecido.

martes, 12 de mayo de 2009

Abuela Fidencia Villalobos

Mi bisabuela se llamaba Fidencia. Mujer que nació junto con el siglo XX pero que murió mucho antes que éste. Ella fue una sabia. Sabia mujer que le enseñó a su nieta, mi abuela, de la vida, su vida, por medio de sentencias y frases.

Si tradicionalmente se hace mención a los siete sabios de Grecia como pensadores de lo cotidiano y no tanto por su inclinación hacia lo eterno y lo meramente contemplativo puedo, así mismo, decir que mi abuela Fidencia fue una sabia en los menesteres de la practicidad.

Entre muchas sentencias, que no todas suyas, pero ¿alguien podrá decirme de quién son en realidad? tenemos una que dice, “es preferible ser puta del culo que de la boca. Pues si eres puta del culo, llegas a tu casa, te lavas y ya está. En cambio, si eres puta de la boca puedes incendiar un pueblo”

Faltando completamente a la definición que de puta, to, se tiene en la Real Academia, puta se entiende como “facilidad, promiscuidad, ligereza” cosa que no es en absoluto complicado de entender. Lo inteligible de la frase esta fuera de discusión.

Innegable es la verdad en dicha afirmación. Pues no es acaso de todos sabido que de una lengua muy floja (qué no perezosa y sí muy ligera para soltar palabras y más palabras) salen más mentiras que verdades. Preferible es una cosa que la otra.

Una palabra mal dicha hace más daño que una acción. Y cae por el suelo eso que otros dice que “vale más una acción que mil palabras”… Depende de qué acción y también de qué palabras.

Por lo pronto yo sigo pensando en la sabiduría de una mujer analfabeta, sangre de mi sangre, que corrompida por sus tiempos y sus espacios pudo llegar a transmitir lo que la vida le enseño de la peor forma.

Fidencia Villalobos. Mujer. Zapoteca. Istmeña. Madre. Abuela. Soltera. Trabajadora. Católica. Fortísima. Sabia.

miércoles, 22 de abril de 2009

“y resulta que la familia que en vigilia buscabas no era más que una triste historia inventada por los desesperados”

Todo pasa. Y no es tan fácil decir que todo pasa, al decirlo, todo el peso de los días se te queda en el rostro, en la espalda. Decir la verdad pesa, mucho más que decir una mentira.

Decir que no es tu responsabilidad no es quitarte peso, es encimarte el peso que no es tuyo ni del otro, sino de todos. Decir que no es tu culpa es decir que no es tu culpa pero que tampoco lo es de nadie de los otros, nadie acepta como suya, la dejan que se quede en el aire, tu aire, y ese aire te atormenta, te rodea, te da vida…

Cuando digo “hazte responsable” digo, “por favor, hazte responsable porque yo no puedo, porque ya no puedo cargarte, estoy cansado de cargarte, de cargarlos”

viernes, 13 de marzo de 2009

Con Árboles.

No esperaba tener tan cercana la desesperanza.

Ayer ya noche, rondando el estudio de la casa, pensé en todo lo que había hecho a lo largo de mis ya casi cinco décadas de vida. No fue una vida sencilla, creo yo, pero tampoco el drama contado  en tantas novelas, los dioses habían sido buenos conmigo.

Hasta ahora mi vida había sido de los más tranquila, llevaba 30 años sin sobresaltos, sin preocupaciones mayores, sólo preocupándome por sí había cerrado el refrigerador o si había dejado comida suficiente a “Luciana”.

Había visto está tarde a tanta gente conocida, a tantos extraños que en algún momento fueron mis hermanos más cercanos, tantas caras que no me decían nada… Me recordaron todas mis glorias, mis desgracias, todo; me recordaron que en 30 años no había hecho más que estar tranquilamente, que exceptuando reuniones ocasionales yo me negaba al mundo.

A mis 24 decidí separarme de todo. Sin ningún dramatismo como podría esperarse de mí, sino me fui poco a poco, me fui apagando hasta sólo seguir y seguir. Feliz eso sí. Contento con  lo que tenía. Aunque en el fondo sabía que las decisiones que habíamos tomado  significaban nuestra muerte, poco muy poco a poco, pero una muerte. Muerte pero  deliciosa, completa, redonda.

Pero no salió como lo esperé, como lo esperábamos los dos. El Destino cambió los planes. Ayer fue el día cuando todo se transformo, cuando me di cuenta que ya no pudimos morir juntos, que ya no pudimos continuar con nuestro largo y bienaventurado suicidio. Ya no pudimos.

 

arboles

 

Mucha gente apareció ya en la tarde del mismo día, te fuiste temprano, me faltaste cuando dormía y maldigo al sueño que me impidió decir la última palabra, decirte tu última suerte, decirte mi último “quédate conmigo”…Te fuiste durmiendo dicen todos aunque yo no estoy tan seguro. Muchos me contaron viejas anécdotas como si eso los expiará de viejas culpas. Mediocres.

Después de esa decisión hicimos una vida juntos. Tranquila pero no aburrida. Te hacía con cada letra, te escribía cada mañana y tomabas forma en mis letras. Tu me hacías con una palabra, me formabas con una acción. Nos hicimos diario por 30 años. Una casa, un jardín, perros y libros. Formamos un espacio donde el tiempo no existía y fuimos un par de ancianos recorriendo un jardín desde que empezamos. La tranquilidad nos gobernó desde el día en que nos hicimos en una casa.

Aunque ya me siento abandonado aún no soy un  anciano. La casa se siente como siempre, con aire a soledad,“Luciana” duerme en la puerta del estudio como desde pequeña. El jardín luce triste, como que llora tu partida, como que siente que algo se fue y se despide soltando hojas y más hojas. Jardín que nos vio fumando, jardín que ahora me ve desde afuera fumando, solo.

Llegaron amigos y conocidos. Todos hablaban de lo grandioso que fuiste, de todo lo que hiciste, lo que lograste, lo que te faltaba por hacer…pero nadie realmente sabía de que se trataba este día.

La reunión se tornó vulgar y tuve que pedir que se retirarán. Era tarde ya y yo tenía que hablar con mis muertos. Así fue como me encontré pensando en mis últimos 30 años contigo. Así me vieron los árboles del jardín. Pensando.

martes, 10 de marzo de 2009

De amores y cosas peores…

Simplemente pensar en él me dilata los ojos y las ideas.

Lo insoportable que soy con él. Me vuelvo hacia mi mismo cuando lo tengo cerca, me encierro y no permito más que lo necesario, más que su lejanía tan necesaria; le temo a la embriaguez de amor, al sabor del amor; ensimismado me vuelvo insoportable, ensimismado me parece insoportable, él y todo lo que representa.

Él es lo que te ata. Lo que agobia.

Lo que te tiene cercano al corazón y alejado de todo lo demás.

¡El Amor es libertad, tranquilidad, eternidad!

¡Mienten! Amor es encierro, es cercanía y presencia. En el Amor te quedas, te estancas, te acostumbras. Amor es costumbre. Amor es moral. Los hombres libres le temen, pero no por el encierro sino porque saben que no podrán estar mucho tiempo con él. Los esclavos le temen también, porque imaginan que enloquecerán y no podrán seguir obedeciendo a sus amores más viejos.

El Amor es soledad. Soledad porque nadie se queda con él, se van, lo dejan, solito, solo a que muera, de cansancio, de lejanía, de temporalidad.

Amor es dar vueltas en el mismo lugar. Es marearse de uno mismo.

Amor es quedarse en el sofá y pelear con uno mismo.

Amor es comerse todo.

Amor…!!

atado