sábado, 24 de octubre de 2009

Ella…

Ella caminaba por la calle iluminada en la noche, era ya tarde en la ciudad de México y parecía que el cielo se caía de lo negro que estaba. Era una negra noche. Y ella caminaba.

Sin rumbo se veía para los pocos despiertos. Pero ella sabía que tenía que llegar la hora precisa, sabía que de no hacerlo moriría a destiempo, fuera de lugar. No podía llegar tarde a su última cita se recitaba cada segundo. Era su mantra, no llegar tarde a esa cita.

En Puebla tenía que morir, así se lo habían dicho tres años antes, en una tarde calurosa en un pueblo en Oaxaca, ella moriría en Puebla bajo un letrero luminoso que gritaba “HOTEL” a las 4 de la mañana.

Sería la madrugada del sábado 24 de octubre del 2009; así lo recordaba, eso recordaba y la cara anciana de una mujer negra. No podía estar en otro lado. Aunque estaba en otro lado. Eso la angustiaba.

Seguía caminando. Pensaba que ya todo estaba perdido.

Dieron las 4 de la mañana. Su reloj adelantado 15 minutos le dio falsas noticias, pensó que ya era demasiado tarde y que el universo se había equivocado. Ella se había equivocado.

Una fuerte ventisca que venía de los volcanes, un crujido, un grito y todo quedo en calma. Sirenas a lo lejos, y una pequeña llovizna que coronaba la madrugada.

Ella murió aplastada por un letrero en la esquina de Puebla y Sonora. Su mano derecha extendida tocaba la acera del lado de Puebla, su reloj marcaba 4:15.

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