sábado, 24 de octubre de 2009

Él…

Estaba sentado en su terraza. Armando buscaba en internet con aire desesperado y taciturno información sobre su enfermedad. Sabía que iba morir pero en su afán controlador quería saber las señales que le indicarían que la muerte estaba cercana.

Desde niño quiso ver señales en todo, quiso adelantarse a todo. Las piedras al aire lo ayudaban a encontrar cosas perdidas, las plantas le decían de lo que pasaría mañana, el agua le susurraba su vida. Ni piedras ni agua supieron contarle que a los 22 años su muerte comenzaría, las plantas habían enmudecido.

Pero tampoco él supo que empezaría a morir en aquellas edades, no sabía, ni sospechaba que Rey le mataría sin saberlo. Su vida, la de Armando, fue una vida sin conocimiento. Se entregó a Rey y con él entrego su vida. No vio las señales cuando debió verlas, no recordó en ese preciso momento que años atrás, Carlo le había profetizado que no viviría mucho, que se iría joven.

Por eso ahora los años se le fueron encima, todos los recuerdos que aún quedaban lo atormentaban, ya no buscaba consuelo y ni hablaba con las piedras para encontrar su vida perdida, ni con el agua que ya no le podría hablar del mañana, tampoco las plantas susurraban, el silencio se hizo eterno en su vida.

Por eso digo que la vida, su vida, fue una sin conocimiento. No conoció de la desconfianza, no conoció del miedo al desconocido, tampoco del cuidado y la seguridad. Su vida no conoció de medidas y se fue sin medida. Dio su vida sin medida.

Él seguía en la terraza llena de plantas, buscaba y buscaba los indicios de su muerte. La tarde comenzó a enfriar, el ambiente enrarecido se lleno de fantasmas y de recuerdos, él no pudo más. Cansado estaba de esperar, había esperado toda su vida y ya no tenía vida. Un aire cálido le rodeaba.

Cerró la lap. Comenzó a escuchar a las plantas y aventó una piedra al aire, tomó su libro favorito y saltó desde su terraza,  el mar abrió los brazos, y le dio bienvenida al que hablaba con las plantas.

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