Se encontraba sentado en la barra de aquel bar. Emmanuel no atendía al ruido que lo rodeaba, absorto pensaba en la noche de hace tres días. Pensaba en eso y en lo qué era hoy, en esa tarde, en ese bar, en lo que era ser él.
Tres días atrás, como cada miércoles, él salió con sus compañeros de oficina, platicaron de nada y bebieron de todo. Hace tres días, como cada miércoles, él termino ebrio caminando hasta su departamento. Nadie le acompañaba y él no acompañaba a nadie. Su soledad no era fortuita, su decisión fue esa.
Pero ese día hace tres días algo ocurrió que no había pasado en los últimos dos años. Las cosas cambiaron y Emmanuel no estaba listo para aceptar dichos cambios. Su miedo fue recalcitrante, enmudeció como nunca lo había hecho, su rostro palideció, sus ojos se hicieron viejos y su boca se estiro hasta alcanzar el cielo. Su madre moribunda le decía “perdóname por no haber estado…”
Apagó el teléfono. Sus pies lo condujeron hacia las calles de su niñez, sus puertas viejas y arboles secos le recordaron una vida que ya no era la suya. Por un segundo suspiro por aquellos años. Se perdió pero regresó. Llego al viejo portón, la vieja casa. Lo recibieron rostros acongojados y él se abrió paso entre retazos de hombres y llantos innobles, manos extendidas le pedían piedades, misericordia exclamaban los ojos de las mujeres ancianas. Llegó con su madre.
“madre nada tienes que pedir, nada te vas a llevar” Así le dijo Emmanuel con aire lacónico y la mujer postrada con rostro inmutable abrió la boca… “Nada pido para mi, si estoy aquí postrada no es por tu gracia sino por la mía, así que calla y escucha que mi muerte está cercana y la tuya no está muy lejos”
La mujer le habló. Nunca ella había hablado tanto, nunca él había escuchado tanto, la vida les había enseñado a callar y a no escuchar, ahora aprendían. El veía hacia la calle mientras su madre escupía sus últimas frases, recordaba como era su madre antes de estar así, postrada y muerta como ahora, pensó en qué le agradaba más la mujer de ahora que la siempre altiva mujer de antaño. Sonrió. Veía hacia afuera, olvidó por completo que estaba borracho hacía tan poco tiempo.
Se sirvió vodka con hielos. Su madre lo veía. Ya no hablaba y pareciera que se preparaba para morir. Los dos guardaron silencio como que su silencio fuera el último argumento entre ambos. En ese silencio que sería eterno Enriqueta vertió todos sus perdones y todos su reproches, el silencio fue desgarrador, las cortinas, los muebles, las ventanas se retorcieron ante ese silencio insoportable, madre e hijo callaron.
Sólo los ojos de Emmanuel tirando cristales se veían en toda la habitación. Al fin lloraba a su madre. Fue hacia ella, le acomodo el cabello y cogió uno de sus cigarros, pensaba en que a pesar de lo desagradable que le parecía la muerte, la de su madre, sería la mejor muerte que vería en toda su vida. Salió sonriente.
Tres días atrás, como cada miércoles, él salió con sus compañeros de la oficina, tres días atrás, como cada miércoles, él caminó ebrio por la calle hasta su departamento, tres días atrás algo cambió. Tres días atrás su madre murió.
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