jueves, 18 de marzo de 2010

Raíz…

Esa pequeña casa resplandecía ante las primeras horas de sol; hacía poco tiempo desde que Antonia y Etienne llegaron a habitarla, ellos no habían hecho muchos cambios, ya que eran una pareja anciana sin más esperanza que morir pronto y en paz, evitando, en tanto sea posible, el dolor.

Se conocieron décadas atrás, una platica, una sonrisa y ella quedó prendada de él. Él, no quedó en nada con ella y sus vidas continuaron por distintos caminos. Un año, dos años, tres años y coincidieron de nuevo. Un nacimiento, y los dos se murieron al verse.

Fue el nacimiento de la sobrina de éste, que a su vez era hija de la mejor amiga de la otra, niña hermosa rebosante de vida que los unió para completar sus vidas, para finalizar sus vidas. En ese alumbramiento comenzó la muerte. Nunca más se soltaron, nunca más se separaron, suicidándose decidieron morir juntos.

Se amaron desde ese momento, tiernamente, despiadadamente, constantemente.

Esa pequeña casa resplandecía ante las primeras horas de sol. Su matrimonio vuelto amistad y complicidad ya había durado 50 años, los dos estaban cansados de sus cuerpos, de sus angustias y pensamientos tardados, cansados de ellos mismos pero nunca del otro. Ellos amaban.

Cansados sus cuerpos en aquella casa encontraron la muerte. Antes, horas y días antes, él escribía sus memorias como tiempo atrás escribía sobre política, ella contaba los cariños y bendiciones actuales como antaño contaba deudas y pagos. Se entregaron al ocio compartido y conocieron la raíz de su amor.

Él supo cuando ella murió. Escribía  y sintió que los pies se le enfriaban, sintió heladas las manos y voló hacia ella, la vio sentada en el sofá, desencajada, moribunda… se tomaron las manos… ella se iba… ella enmudecía… ella susurraba un “te espero”, un “no tengo miedo”, una sonrisa dibujó su rostro y su mano soltó su mano. Ella moría.

Le cubrió la frente con un beso, la cargó y la llevó a su lecho. Caminó hacia su escritorio, envió un par de mails donde comunicaba lo ocurrido; después abrió la que sería la última página de su último libro, agregó una línea más y fue con su mujer.

Murió al dormirse y al igual que su amada, murió con una sonrisa en el rostro. La calma los iluminaba, esa calma que sólo el amor le puede dar a los muertos.

-----“sólo los que han vivido el amor de su vida mueren con una sonrisa en los labios”----

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