Erase una vez un niño que quiso conocer del azul del cielo.
Le preguntó al árbol y éste sólo supo mover sus hojas. Le pregunto a las aves y ellas sólo volaron lejos de él. Le pregunto a la montaña y aquella sólo guardo silencio.
Cansado el pequeño niño descanso bajo el cielo ya estrellado. Llorando preguntó a las estrellas qué del azul del cielo sabían… Aquellas, airosas respondieron “no sabemos del azul del cielo, sino del cielo mismo”.
Entendió aquel niño lo que las estrellas le dijeron y nunca más preguntó lo mismo. Alegre continuó su camino sabiendo que el cielo, es siempre cielo, y que su color, no es más que algo pasajero.
El amaba al cielo.
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