Una salida, sólo una salida de aquel momento que eterno marcó su final. Esas manos ya no eran suyas, quizá no lo fueron nunca, ni las otras eran para él, tampoco. Esas manos unidas eran de un pasado ya distante que sí era suyo y de un futuro, que constante, no le pertenecía.
Su muerte, esas manos, esas benditas manos no eran suyas.
Otros eran los protagonistas de esa historia. Él, callado diciendo de todo pidió un descanso, sonrió como sólo y siempre se hace cuando se muere por dentro, se alejo, huyo para siempre de esa historia, de esa maldita historia que ya no era la suya.
A Arturo.
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